Barnacled | Charles (2008)
Del olor y la muerte
"Porque me pareció poco suicidarme una sola vez.
Una sola vez no era, no ha sido suficiente"
Jorge Cuesta
Síntomas:
–Residuos de pintura, pegamento u otros productos en la ropa y cara. Suele tener tubos de pegamento, estopa, líquidos para inhalar, etcétera.
–Incapacidad para dirigirse a voluntad, desorientación e incoordinación motora.
–Vómito, mareos, náuseas, diarrea y frecuente pérdida del apetito.
–Palpitaciones, dolor de cabeza, dificultades para respirar.
–Ojos vidriosos y rojizos, tos, flujo, inflamación y sangrado nasal.
–La persona, su habitación y ropa tienen un olor característico de tipo químico.
–Excitación y risas inmotivadas.
Hace poco tiempo se implementó un programa contra el consumo de inhalantes en las zonas altas y marginadas de la ciudad de México llamado “LA MONA MATA”. En estas “ciudades perdidas” el uso de productos químico tóxicos volátiles, tales como el cemento, la goma, el pvc, la gasolina y el thinner, son de uso cotidiano en la población, al punto en el que se le ha dado un uso callejero comercial, mezclándolo con diferentes sabores y olores, como la vainilla y algunas frutas y, ofreciéndolo al público en esquinas y banquetas de la misma forma en la que se venden los chicharrones con cueritos o las papas fritas.
De esta manera los sofisticados laboratorios clandestinos se ven reemplazados por la ferretería de la esquina donde, una lata de thinner cuesta 30 pesos mexicanos, poco más costosa que la charanda más barata que venden en el OXXO.
La magnitud de la ciudad y su uso contaminante podría funcionar como un gran cuarto inhalante; los ruidos, los canales abiertos, los basureros improvisados, el smog, fábricas, llantas, nubes de cemento y enormes paredes levantadas sobre el cielo como espectaculares grises, perros muertos, animales híbridos entre palomas y gordas ratas de alcantarilla, cerros de periódicos con noticias sobre la patética política nacional.
Es en estos cerros de papel dónde la estopa humedece la nariz, esa nariz que se escapa, que cobra vida propia y que es perseguida como en el cuento de La nariz de Nicolai Gogol, tener cuidado que “LA MONA MATA”. Así, la estopa húmeda se esconde dentro del puño reseco que, a su vez, esconde la fugitiva nariz; al momento, la volatilidad, que en su comienzo fue firmemente empuñada y enjugada por la mano, después penetrada y arremolinada por los vellos de la nariz, hace su concentración en los ojos que, provocan unos atenuantes parpadeos y, con los parpadeos la última señal consciente previa a la estimulación, con esto se inhala un pedazo de la ciudad y se mantiene unos segundos dentro del estómago y otros cuantos en los pulmones; el pedazo de ciudad se recrea en la parte alta del cráneo con una sensación de hormigueo, como si entre la testa y el cerebro fuera el inframundo del metro a la hora pico y el paso de los miles de transeúntes cosquillearan en la corteza cerebral.
Lo volátil, pues, del químico se asemeja a lo volátil de las condiciones de vida que se llevan en los grises cerros periféricos de la ciudad y, probablemente, en cualquier condición de vida. “LA MONA MATA” ¡¡¡y vivir también!!!
“No era un lugar para ser habitado. No había en él nada que justificase la presencia de un perro, ni de un hombre, ni de ser alguno dotado de vida, dotado de ojos, oídos y pulmones.
Trataba de comprender, y no podía. Había visto cómo allá en el campo cada noche su amo encadenaba a los presos, y cómo éstos intentaban a veces huir y debía perseguirlos. Pero aquí no parecía que nadie encadenase a nadie y, sin embargo, tampoco parecía que huyesen, que buscasen escapar a toda costa de la monstruosa prisión sin límites; mundo de hierro y cemento; de polvo y estruendo, en busca del aire limpio, el tranquilo silencio y la placidez de un paisaje infinito y abierto, sin la amenaza de rugientes camiones humeantes.
Estaban allí, y se diría que estaban por su gusto, sin advertir que cada día, entre aquellos muros y sobre aquel asfalto, era un día de dolor para cada uno de sus sentidos; día en que el estrépito destrozaba su capacidad de percibir los más leves rumores; día en que la indescriptible mezcla de olores abotargaba su olfato...”
Alberto Vázquez-Figueroa, Como un perro rabioso, 1975, España, Plaza & Janés, págs. 115-116.
Un saludo.